5
Dic
2015
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Cuestión fundamental

El mismo Kant ya empezó a preguntarse acerca de los límites de lo humano. Hizo tres preguntas fundamentales, ¿qué debo saber?, ¿qué puedo hacer? y ¿qué me está permitido esperar?. Preguntas que resumió en una cuarta, ¿qué es el hombre?.

Se dice que su metafísica fue la primera piedra que articuló el pensamiento actual, la antropología filosófica, y que desde entonces los sabios y filósofos se han interrogado no sólo por el hombre sino también, el por qué preguntarse por él, puesto que, aunque ahora nos parezca evidente, no siempre el concepto de hombre ha sido fundamental en la historia humana.

Todas las respuestas dadas acerca de esta pregunta esencial han sido parciales cuando no precipitadas. Han sido también premeditadas en cuanto había bajo mano una ideología o una idea preconcebida que eregir acerca del hombre. Y sus pretensiones han quedado en eso, vanas pretensiones.

Durante mucho tiempo la Antropología Filosófica ha deambulado por eternos meandros en su necesidad de justificar su pregunta fundamental y de colocarse en el lugar central del pensar filosófico. Sin embargo se ha constatado algo importante, el carácter problemático que tiene la pregunta por el ser del hombre contemporáneo.

Heidegger nos decía: «Ninguna época acumuló tantos y tan ricos conocimientos sobre el hombre como la nuestra. Ninguna época consiguió un saber acerca del hombre tan penetrante. Ninguna época logró que este saber fuera tan rápida y cómodamente accesible. Ninguna época, no obstante, supo menos que sea el hombre. A ningún tiempo se le presentó el hombre como un ser tan misterioso».

Desde la biología a la psicología, desde la etnografía al psicoanálisis, todas las ciencias sociales tienen el objeto de definir que es el hombre, cual es su funcionamiento, su sociología, su química, sus sueños y sus símbolos, como si éste fuera un objeto hueco a llenar de información y de saber. Información que, hoy por hoy, está a punto de salirle por las orejas y de hacerle estallar en tal multitud de pedacitos que ninguna enciclopedia por muy amplia que ésta sea le dará siquiera una visión de conjunto o le explicará qué demonios es esto de ser humano.

Dios hace tiempo que murió y el ser humano ha tenido que vivir sin presupuestos mágicos y sin un cielo protector. De aquí que no haya ninguna instancia superior que dé el visto bueno a los valores humanos. E1 hombre se verá obligado a elegir su propio destino y a cargar con toda su responsabilidad. Las fronteras entre el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, entre lo humano y lo no humano han quedado definitivamente diluidas. Asistimos al desmembramiento del hombre. ¿Asistiremos a su muerte?.

Las heridas han sido brutales. Primero fue el giro copernicano, la tierra era redonda y no era el centro del Universo. Feuerbach colocó en el lugar de Dios la proyección de los valores excelsos del hombre. Robespierre destituyó a la monarquía absoluta por un sistema democrático de valores humanos. Darwin eliminó todo mito de la creación con el aguijón científico. Marx estableció un primer análisis social sobre la desigualdad de las clases sociales. Freud despedazó la ilusoria unidad interna del ser humano. Einstein rompe el estrecho marco cartesiano donde se inserta el universo humano. Las artes diluyen la realidad hasta convertirla en magma o en pura expresión surrealista. La tecnología rompe el mero control humano y la biotecnología está dispuesta a modificar la misma esencia de la vida.

Puede ser que no nos demos cuenta y que vivamos en espacios cerrados o en paraísos alternativos pero hoy el ser humano sufre un fuerte tirón, un profundo desgarro y una aceleración sin precedentes. No es exagerado hablar de amenaza.

La modernidad ha roto las solidaridades tradicionales y ha atomizado al individuo en su soledad. E1 Estado ha negado a la persona su propia capacidad de decisión bajo el manto de una democracia vacía de contenido. Y la informática está cumpliendo los sueños de control de los poderosos.

Los medios de comunicación crean una segunda realidad más poderosa y «más real» que la realidad misma, y la publicidad una «segunda piel» más sugestiva que la propia.

E1 mundo está a punto de estallar. La bomba atómica que pende fantasmáticamente sobre nuestras cabezas, la bomba de los pobres y desheredados que pueden invadir el mejor de nuestros mundos, justifican el rearme militar y leyes inflexibles de extranjería.

La inseguridad ciudadana, la manipulación política, el pillaje mercantil, la vulnerabilidad del consumidor, el crack económico, la complejidad legal, la corrupción militar, la burocratización de la sociedad, la instrumentalización sanitaria, la crisis de la pareja, la falta de rigor y calidad en la educación, la desmembración de las ciencias sociales, las ciudades inhabitables, el mismo cáncer o la impotencia del sida, necesariamente sumergen al individuo en una implosión de la que sólo emerge malestar, neurosis, fanatismo e insolidaridad.

El futuro aparece incierto y oscuro. Una vez rota la relación hombre naturaleza y forzada la máquina industrial, el planeta sucumbe poniendo en peligro toda vida. Están desapareciendo cientos de especies animales y vegetales.

Hubo un tiempo mítico que lo importante era ser hijo de los dioses, y otro en el que lo que primaba era ser bueno ante los ojos de Dios. Hoy lo que cuenta es ser normal. Y cuanta más angustia por ser normal, más psicosis y más esquizofrenia. Cuanto más se ajusta uno a la norma, más depresión, y cuanto más huída de la realidad y del propio conflicto, más dolor y más enfermedad.

Todas las informaciones aunque científicas sobre el ser humano no podrán nunca colmar a este sujeto de reconocimiento, a este ser que vive y que busca un ámbito de sentido. Necesitamos tener esa posibilidad de ser lo que uno determina que és. Y necesitamos un marco abierto desde donde sea posible poder volver a pensar lo que sea el hombre, no tanto por definirlo sino en el que señalar las potencialidades, múltiples potencialidades de lo humano.

Participamos de unas Ideas en las que y por las que nos reconocemos como seres humanos. Pero Nietzsche nos dirá que estamos soñando. El ser humano se parece a ese funámbulo sonámbulo que despierta de repente en medio del sueño y ante el «vértigo existencial» no le queda más remedio que continuar soñando para mantenerse en pie. Parece que no queda otra que seguir creando valores, que son siempre permanentes e prescindibles, con lo cual la conciencia aparece como mendaz, o como un bucle que vuelve siempre a su propia esencia, a su propio ombligo.

Foucault pone la puntilla cuando dice: «A todos aquellos que plantean aún preguntas sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos aquellos que quieren partir de él para tener acceso a la verdad, a todos aquellos que en cambio conducen de nuevo todo conocimiento a las verdades del hombre mismo, a todos aquellos que no quieren formalizar sin antropologizar, que no quieren mitologizar sin desmitificar, que no quieren pensar sin pensar también que es el hombre el que piensa, a todas esta formas de reflexión torpes y desviadas no se puede oponer otra cosa que una risa filosófica es decir, en cierta forma, silenciosa».

Llegamos a la conclusión de que no es posible determinar lo que és el hombre sin descubrir cual es nuestro discurso acerca de él y cuales son las ideas reguladoras que hemos puesto bajo el mantel. Quizá sólo es necesario determinar bien la pregunta para que podamos pensar de nuevo al hombre. Podremos, no obstante, elegir una idea de hombre y unos enunciados autotransformadores pero ya no estaremos en posición de pensar que nuestra postura es la válida o absoluta, sino una más, y tal vez, dejando de lado los dogmatismos estemos dispuestos a ser más humildes. Cuántas veces hemos hablado del Nuevo Hombre, de la Era de Acuario, del Ser Andrógino. Cuántas veces nos hemos sentado en postura de meditación sintiendo que reproducíamos un ideal. Cuántas veces hemos utilizado enunciados de la biología o de la psicología para demostrar nuestras verdades y cuantas veces nos hemos olvidado que esas verdades se parecen más a esperanzas o señales luminosas en un universo humano siempre confuso, que en verdaderas verdades.

Julián Peragón

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