18
May
2018
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Caricatura de un Eneatipo 2: Abrazo de su majestad serpiente

La realeza necesita siervos, un elenco de personas a su alrededor que hagan el trabajo “sucio”, que limpien aquello que ellos no quieren tocar, que cocinen a fuego lento y con una paciencia, de la que ellos carece con frecuencia, aquello que no saben transformar en alimentos que nutran su alma.

Esta élite solo sabe relacionarse contigo desde su aristocrática altura, y pobre de ti si te revelas ante tal desequilibrio, si le “espejas” su altanera posición… llegará veloz la reprimenda por tan magnánima afrenta, llegará el castigo de su ausencia y un fuerte toque de atención, con una dura y fría mirada, te soltarán sin compasión: “¿¡Qué te pasa a ti hoy!?”. Contundencia que contrasta con su habitual y oculta seducción, esa que ni ellos mismos ven claramente, esa que te envuelve como una serpiente, que te aprieta lentamente y te va vaciando por dentro, dejando tu cuerpo sin aire, sin vida, sin esperanza… una seducción que te permite sentirte a su altura, un instante, esa en la que ellos se colocan y que tu mantienes y sostienes, en medio de tu alterado estado embotado, hipnotizado, idiotizado… por el envolvente “va y ven” de su cascabel.

Los monarcas parece que te lo dan todo, pero en realidad no te dan nada si tu no pagas su “tributo”. Parece que dan, parece… y esto se parece a su verdadera misión, los reyes trascendidos, seres llenos de coraje, fuerza y visión, que tras la descarnada batalla interna, que todos libramos a ratos, consiguen llegar al otro lado del río, ese que te muestra quien eres, que eres… ayudar si, pero ayudar desde el Amor, desde la entrega total, desde el servicio verdadero, desde el goce de dar sin esperar, y abrir su corazón de par en par… y aunque trabajo de todos este, objetivo vital para reyes y reinas criadas en cuna de oro, y papel higiénico con encajes.

Aceptar sus “regalos” es firmar un contrato temporal, que acaba cuando lo que les das deja de interesar. Exigentes, necesitan ser sorprendidos constantemente. El premio que reciben los seducidos, son palabras que alimentan sus esperanzas de volver a tener la “fortuna” de estar de nuevo ante su “divina” compañía.Y es que para ver a los reyes o reinas hay que pedir audiencia, siempre tan ocupados, atendiendo las demandas de los fieles sirvientes que “deciden” sin decidir, orbitar a su alrededor, atraídos por su gravedad, en continua atención a cada uno de los gases expirados por sus nobles traseros. Súbditos entregados al encanto de bellas palabras, pronunciadas desde lo alto, solo son capaces de mirar de arriba a abajo, y que por tanto, el que solo sabe mirar de abajo a arriba, los confunde con seres celestial, que han llegado a la tierra en misión de ayuda. Estos “personajes” que se sienten reyes o reinas, si una misión tienen, es abrir su orgulloso corazón, duro como una piedra, lastimado aun por la temprana herida de un ser muy querido… y desde esa humilde abertura, entregarse al otro sin guardarse en sus bolsillos, limosnas para los pobres…

Sientes gran honor al estar en su presencia, ya que los envistes de un poder que solo tú puedes darles. Sin ti no son nadie, se alimentan de tu atención, de tu energía… si tú no les das y ellos no reciben… adiós entonces al rey o a la reina “compasivos”.

Los reyes cazan ciervos, digo siervos… sus trampas son el halago, una mirada encantadora y aparentemente atenta, un cuerpo que invita a la fantasía… y por supuesto, su falsa disponibilidad… te ofrecen sus “servicios”, pero a la hora de la verdad su verdadero servicio es hacia ellos mismos, y con un rotundo “NO”, limitan tu demanda en seco, y te dejan confundido… “¿Pero entonces… es SI o es NO…?”.

Estar con alguien de casa real, es un poco como estar en una Secta:
Al principio de la “relación” alimentan tu emoción, tu autoestima, te suben por las nubes y tu vuelas…vuelas. Ellos te van moldeando, te van dando y quitando tu ración de “amor” dependiendo de lo que tú les des, de su calidad y cantidad, y con la fría profesionalidad de un director de casting, te observan de arriba a abajo, calculando tus posibilidades de explotación… y hasta aquí la fase del dar selectivo. Cuando ya te tienen medido (para saber cuanto tienen que abrir la boca para tragarte), llega la segunda parte del cuento, el rey o reina (o secta) estrecha el cerco, tú ya dependes emocionalmente de ellos y de lo que te dan. Cada vez te dan menos, te mantienen hambriento y somnoliento, y si intentas recuperar tu libertad en tu sentir-hacer-pensar y se lo muestras, ellos primero te cuestionan, te invitan a dudar de ti (se defienden así de su propio cuestionamiento) y luego te agreden con toda la furia de su cuerpo-palabra, dirigiendo tus pasos hacia el precipicio de la Culpa, y si tú, por lo que sea, porque ese día has desayunado fuerte o porque has encontrado por “casualidad” la llave de tu candado, resistes su poderosa envestida, verás al rey-reina-secta partir, sin mirar atrás, sin culpa, sin vergüenza, siempre con su mentón algo elevado, paso firme y mirada puesta en su siguiente víctima-amante-siervo… con suerte… mucha suerte, los verás alejarse desde el borde del abismo, al que ellos, con la ayuda de ti mismo, a punto estuviste de volar.

Y es que cuando consigues salir del abrazo de la real serpiente, ves claramente lo aburrido, cansino y repetitivo de relacionarte con ellos, encadenados a su insaciable necesidad de:“¡mírame, estoy aquí!”.

Jaume Xicola

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