9
Oct
2015
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El espacio del corazón

Introducción

La cultura occidental se ha mostrado orgullosa de su razón filosófica y científico-técnica. Estos saberes constituyen una magnífica creación de la razón humana. Pero hay dimensiones de la existencia que escapan al dominio de la razón. Y hoy en día necesitamos ya algo más que la mera razón. Esto no supone una invitación al irracionalismo y un menosprecio de las justas capacidades de la razón. Grande es la ceguera del racionalismo, pero mayor aún lo es la del irracionalismo. También la razón posee su svabhava y su svadharma, su naturaleza y su función propia. Esta última debe ser cumplida. Pues ya sabemos que más vale cumplir el propio dharma que desear llevar a cabo una función que no es la propia.

Pero no es mi intención, aquí, proponer cuáles son los límites de la razón, ni tampoco detenerme en el análisis del complejo concepto de dharma, tan central en toda la tradición hindú. Me gustaría, más bien, invitar a una meditación, entre contemplativa y dialógica, sobre «el espacio del corazón», una meditación que nos conduzca a una experiencia central, capaz de iluminar el posterior uso de nuestra razón.

Para ello nada mejor que comenzar recordando esas palabras de la Cândogya Upanishad (8.1,1) que dicen:

Aquella pequeña flor de loto, aquella morada que hay en la ciudad de Brahman, en ella hay un pequeño espacio interior. Es necesario buscar, es necesario desear conocer aquello que existe dentro de ese pequeño espacio interior.

La «ciudad de Brahman» es el cuerpo del ser humano. «Aquella pequeña flor de loto» hace referencia al corazón. En el cuerpo humano, dentro del corazón, hay un «pequeño espacio interior». El «sancta sanctorum» del âtman. Este «no envejece con la vejez de uno; no perece con la muerte de uno» (Cândogya Up. 8.1,5).

El âtman, más allá de todo nombre, más allá de toda forma, más allá de todo conocimiento conceptual, más allá de toda experiencia objetivadora, es la Presencia que habita en el «espacio» de nuestro «corazón», es la plenitud de la realidad que somos, una plenitud que se revela como ânanda, gracias al vacío luminoso del espacio del corazón.

Del âtman nada puede decir-se, del âtman nada puede saber-se. El âtman puede, no obstante, ser-se. Pero no siempre somos conscientes de ser lo que somos; por ello, en ocasiones es conveniente emprender un paseo, un viaje, una peregrinación, para hallar ese «lugar sagrado». Y en él, la Presencia sagrada.

No hablemos del âtman, por tanto; no tratemos de ir a él, pues en él nos hallamos, en él vivimos, en él tenemos nuestro Ser. Hablemos del espacio, del corazón, del ânanda.
* * *
El espacio (âkâsha)

La cosmogonía hindú comienza con la creación del espacio. En un famoso mito del Rg Veda (Rg Veda X,44.8), el Cosmos, del cual Dios es el arquitecto y el soporte, está lleno de espacio, el espacio que se halla entre el cielo y la tierra llenando toda esa vasta región. Este espacio, que en el Rg Veda se denomina antariksa (espacio intermedio), se expresará posteriormente con el término âkâsha. Originalmente este término sánscrito, significa éter, espacio abierto, vacuidad. Pero se emplea con muchas significaciones distintas. Así, por ejemplo, âkâsha, significa generalmente el quinto elemento, la quinta-esencia, más sutil que los otros cuatro elementos primordiales (fuego, aire, agua, tierra), a los cuales interpenetraría. No obstante, en algunas Upanishads el término âkâsha se emplea ya en el sentido de un espacio sin dimensión; es, de hecho, «la matriz de toda dimensión».

En el Yoga Vâsistha (III.97,14-18) se distinguen con mayor claridad varios tipos de âkâsha. En un primer momento, tenemos el espacio físico (bhûtâkâsa), la primera noción que nos viene a la mente cuando pensamos en dicho término; pero es obvio que no es este el tipo de espacio que más nos interesa en nuestra meditación. Más allá de este, se halla el espacio mental (cittâkâsha), el espacio creado por la mente y por tanto origen del tiempo y de la actividad. Cuando Patañjali en los Yoga-sûtra ofrece la célebre definición de yoga como citta-vrtti-nirodha se refiere al proceso de detención de las modificaciones de la mente; se trata de armonizar, calmar y, en último término, permitir que cese, la actividad psíquica que tiene lugar en el espacio de la mente.

Este bucear en el espacio de la mente, el espacio psicológico, supone ya una cierta profundizazión, necesaria en el autoconocimiento. Pero hasta aquí no hemos avanzado excesivamente, pues toda la actividad onírica, así como las ensoñaciones vigílicas acaecen en el espacio de la mente. El autoconocimiento yóguico penetra más allá del campo de lo psicológico, más allá de lo personal, hasta dimensiones transpersonales, supraindividuales.

Por ello, el Yoga Vâsistha menciona lo que podemos traducir como «el espacio de la conciencia» (cidâkâsha), en ocasiones traducido como «espacio trascendental» (obviamente no en sentido kantiano). Es a este espacio al que somos invitados en esta meditación. El espacio de la conciencia, en este sentido, es «el espacio del corazón» y constituye la fuente de todas las otras manifestaciones del espacio.

Tenemos, pues, que el espacio físico y el espacio mental son manifestaciones, expresiones, símbolos, de lo que podríamos llamar también el «espacio místico», allí donde las nociones aparentemente contrapuestas de vacuidad (sûnyâ, sûnyatâ) y de plenitud (pûrna, pûrnatâ) se funden en un abrazo hindu-buddhista que pone de manifiesto la profunda unidad del Bharata dharma.

La plenitud de esta vacuidad, la vacuidad de esta plenitud, podría asociarse al otro término empleado por el Yoga Vâsistha cuando quiere evitar toda limitación impuesta a la noción del espacio primordial; en estos casos se habla de paramâkâsha, el espacio supremo, absolutamente inmóvil.

Trapasando esa perfecta inmovilidad del advaita presentado en el Yoga Vâsistha, en el Parâtrishika Tantra (verso 92), texto del Shivaismo de Cachemira, se nos dice cómo al meditar sobre el propio Ser en la forma de un vasto firmamento (vyomâkâram), no limitado por ninguna dirección espacial (dik), se revela no sólo la propia naturaleza inmóvil de la conciencia, sino también el Poder supremo inherente a dicha conciencia (citsakti).

Una meditación de este tipo, a la que desde aquí quiero invitar, bien puede realizarse tomando como soporte inicial el corazón simbólico.
* * *
El corazón (hrdaya)

El espacio del «espacio del corazón» se ha mostrado como la vacuo-plenitud del no-espacio, de la matriz del espacio, del no-ser previo al ser. Ahora, el corazón del «espacio del corazón» se nos va a mostrar igualmente como un corazón sin corazón. «Sin corazón», porque no se refiere al órgano físico de nuestro organismo, aunque éste pueda tomarse como símbolo capaz de conducirnos a la realidad simbolizada. «Sin corazón», porque en él no cabe ya buscar un núcleo más íntimo, respecto del cual no sería sino una vestidura más, un velo a descorrer. Tampoco se trata del centro sutil, perteneciente a la fisiología yóguica, tántrica u oculta del ser humano, al anahata-cakra, aunque éste pueda igualmente servir de localización simbólica, capaz de permitirnos sintonizar con el corazón de todos estos corazones, un «corazón sin corazón». «Sin corazón», en último lugar, porque no se trata de la búsqueda de una emoción, un sentimiento o un estado de ánimo, asociaciones inmediatas despertadas por el corazón como símbolo. El corazón del «espacio del corazón» es la matriz de todos los sentimientos, la raíz primigenia de todas las emociones, el arquetipo del sentir afectivo, el fondo afectivo primordial sobre el que se producen todas las modificaciones (vrttis) afectivas. Este corazón no espacial, este «espacio del corazón» (hrdayâkâsha) no es sino la pleni-vacuidad del ânanda.
* * *
Ananda

La traducción es difícil siempre. En el caso de este término tan esencial de la tradición hindú, la dificultad de transmitir su significado originario, libre de las connotaciones habituales, puede parecer insuperable, o en cualquier caso servir como invitación para su presentación a través de un rodeo, sin necesidad de traducir a bocajarro su «nombre».

Situados ya en el espacio del corazón, habiendo trascendido todas las nociones y sensaciones topográficas y psicográficas, morando calladamente en esa trascendencia-inmanente, que es el «lugar» de la Presencia sagrada, podemos permanecer a la escucha del Silencio de la Plenitud.

No por casualidad se relaciona el âkâsha con sabda, el sonido primordial, que podría verse como el atributo fundamental del espacio primordial. En el espacio del corazón podemos permanecer a la escucha del sonido del Silencio. Abiertos a la fuente de toda musicalidad, lo que hay es ânanda. Pues -para decirlo con una bella expresión de la Taittirya Upanishad 2.7.1- «quién podría vivir, quién podría respirar si no existiera este ânanda en el âkâsha».

En definitiva, terminando con palabras de Sri Aurobindo:

«El Amor y el Ananda son la última palabra del ser, el secreto de los secretos, el misterio de los misterios».

Vicente Merlo

© Vicente Merlo 2006
Texto extraído de Vicente Merlo, La fascinación de Oriente: el silencio de la meditación, Barecelona, Kairós, 2002
Autorizado por el autor.

Vicente Merlo es doctor en filosofía y ha vivido varios años en la India estudiando su cultura así como el pensamiento hinduísta -sobre todo las escuelas filosóficas modernas, de Aurobindo o Muktananda, por ejemplo.

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