Ilustración de Eva Veleta

La sociología del Yoga

Las tradiciones profundas espirituales se han dado cuenta del inmenso remolino que engulle al individuo bajo el peso de las relaciones sociales y han propuesto una prudente retirada del mundo dentro de centros espirituales como los monasterios cristianos, los lamasterios budistas o los ashrams hinduistas, entre otros. El alejamiento de la vida profana de muchos religiosos ha sido, en el mejor de los casos, una etapa del camino para rematar la muerte social que puede dar paso a un renacimiento interior; en el peor, un refugio fácil ante la violencia o la ignorancia del mundo.

Lo verdaderamente difícil es estar en el mundo sin ser arrastrados por sus intereses y por sus limitaciones. El “toro” de la vida social está en el ruedo y arremete con fuerza, y no hay otra que aprender a torearlo. El torero, como símbolo de nuestra actitud, no se enfrenta sólo al toro sino también a su propio miedo. La sociedad aparece fuera, es cierto, pero está perfectamente representada dentro. Dominar al toro es dominar nuestra mente y para ello se necesitan buenas herramientas, entre ellas la serenidad y la claridad. (…)

Como la moral que destila la sociedad es un barniz muy fino que esconde la violencia que subyace en ella, camufla las relaciones de forma que nos encontramos, a la postre, ejerciendo una doble moral. Llevamos una contabilidad A y otra B, elaboramos pomposos halagos por delante y severas críticas por detrás, prometemos fácilmente lo que después se convierte en escaqueo, hacemos con una mano lo que después la otra termina deshaciendo. Como sociedad hemos apoyado la innovación tecnológica, muy necesaria sin duda, pero descuidado al mismo tiempo una educación en valores nobles y ahora nos encontramos con un laisser-faire peligroso que acaba por contaminar el conjunto del entramado social. 
La moral se establece como norma básica de funcionamiento y facilita unas anteojeras para no salirse del carril asignado que llamamos normalidad. Tiene, no obstante, sus ventajas para mantener un cierto orden y estabilidad, aunque se apuntala a sí misma desde la debilidad del individuo. La moral se inocula como se hace con las vacunas, temerosos de ser infectados, mientras la ética reside más propiamente en el individuo fruto de una maduración interior. 
La ética se puede apoyar en la moral e incluso puede coincidir con ella, pero la primera necesita de una reflexión; en cambio ésta última se mimetiza, se estructura fuera mientras se va fijando dentro, a menudo en capas profundas de nuestro subconsciente. La moral se mueve básicamente entre el bien y el mal y se concreta en normas implícitas de comportamiento; la ética, al contrario, es una reflexión sobre la propia moral. Una basada en las costumbres, mientras la otra se pregunta el por qué y el sentido de estas costumbres. 
La ética tiene que aportar valor y tiene que cimentar actitudes en un todo coherente. La moral tiene que ver con el conjunto de acciones socialmente aceptadas, aunque sea sólo en el seno de un grupo reducido pero influyente para una persona determinada; en cambio la ética puede chocar con actitudes moralistas que considera retrógradas, discriminatorias o violentas. La moral protege el propio terruño mientras que la ética vuela más allá del horizonte que tenemos delante. Ya no sirve sólo si es útil para mí y mis amigos, tiene que ser válida para todos. La ética es una herramienta de expansión, nos lleva más allá de lo propio y lo cercano para abrirse a lo de todos, incluso trasciende la humanidad y considera la vida como un todo que hay que proteger. Nada le es ajeno y no podría argumentar dejar a alguien o algo en la sombra de su abrazo. 
El Yoga, en este sentido, es una invitación a la ética y es significativo que Patañjali en su Yoga de los ocho miembros empiece por yama, una especie de sociología aplicada que se concreta en cinco abstinencias de formulación sencilla pero muy profundas y complicadas de resolver. En realidad son restricciones universales que podemos encontrar en el budismo, en el cristianismo o en la mayoría de tradiciones profundas y que nos ayudan a resolver las fricciones y conflictos de la convivencia humana. Sus propuestas son así especialmente adecuadas en momentos de crisis de toda una sociedad o civilización tal como sucede en esta primera parte de siglo. 
 
 
Ahimsâ. No violencia. Bondad
Himsā significa dañar y ahimsā, lógicamente, la vacuna que podemos utilizar para reducir este daño: la no violencia. Enfocar el tremendo problema de la violencia es muy complicado; por un lado, las sociedades en las que vivimos castigan o reprimen las formas groseras de la violencia, mientras que, por otro, avivan en su seno las raíces del odio que parten de la desigualdad y de la injusticia. Todos parecemos estar de acuerdo en que no se pueden permitir ciertos grados de violencia, y aun así sospechamos que sería injusto (e hipócrita) señalar fuera de nosotros la epidemia de violencia cuando cada uno lleva en su interior inoculados el mismo virus, aunque esté dormido o latente. (…)
Hay muchos grados en la actitud no violenta que van desde el respeto a la amabilidad, desde la solidaridad a la compasión. Y es verdad que nos surge espontáneamente hacia nuestros seres queridos y amigos, pero también que ésta se diluye fácilmente ante las personas que nos llevan la contraria, ante los enemigos o personas inmorales. Creemos que nuestras buenas razones justifican nuestra animadversión hacia aquel que es innoble pero, sin darnos cuenta, estamos cayendo en una espiral que acaba por engullirnos. El odio contra el odio sólo genera más odio. Ahimsā es una vía de pacificación que requiere distanciarnos del mecanismo reactivo que alimenta la ira y el resentimiento. A veces es necesario tomar distancia, otras mediar… lo importante es no perder la ecuanimidad para contemplar la situación conflictiva desde una perspectiva amplia. Gandhi hablaba de la resistencia pasiva que aleja, por un lado, el enfrentamiento violento pero, por otro, la retirada miedosa o la sumisión. Para desarrollar ahimsā hay que ser valiente a la vez que compasivo. Y más que una declaración de no agresión o la objeción de conciencia ante la guerra, lo importante en la no violencia es transformarse en agente de paz, estar disponible ante la reconciliación, poner armonía en nuestra vida para que ésta irradie a nuestro alrededor. 
Cultivar ahimsā, más allá de toda ideología, parte de una inteligencia innata. Si ofrecemos este respeto amoroso ante la vida, ésta también nos mostrará su cara amable. Cuando la paz se ha instalado en nuestra actitud alejamos de nosotros toda hostilidad y, desde ahí, la vida a nuestro alrededor florece. Qué mayor regalo que darse cuenta de que hasta lo más minúsculo e insignificante tiene derecho a la vida. 
 
 
Satya. Veracidad. No mentir
Satya viene de la raíz sat que significa “ser” y nos habla de lo verdadero, de lo que es auténtico y real. Sin embargo, nuestra veracidad tiene un límite; ahimsā antecede a satya porque las verdades que comprendemos no pueden ser dichas con dureza o crueldad. No se trata de meter el dedo en la llaga, sino de mostrar aquella palabra que invita a la sinceridad y crear un entorno de no juicio desde el que poder reflexionar conjuntamente. 
A estas alturas ya aprendimos que no hay verdades absolutas, y las nuestras, por muy sólidas que parezcan, se desmoronan, con el paso de los años, como frágiles castillos de arena ante la envestida del mar. 
Satya no es una espada afilada para desenvainarla frente a las mentiras ajenas, más bien se convierte en un espejo donde observar nuestra veracidad. No estamos hablando de una verdad de catecismo añejo, sino de una madurez delante de un entorno social complejo donde decidimos qué se puede decir y qué no, cuándo lo decimos y a quién, sin por eso perder nuestra coherencia interna. 
Satya nos ayuda a entender si nuestras palabras están en consonancia con lo que somos. Nos diría el chamán que las palabras son herramientas de poder y por ello, vale la pena repetir la conocida frase que nos recuerda que hay que vigilar los pensamientos, pues éstos se convierten en palabras, después en hábitos y finalmente en un carácter que a la postre condiciona una forma de vivir en el mundo, esto es, un destino. Sin llegar tan lejos, es importante considerar que las palabras no son inocuas. Podemos ser porteadores de rumores, opiniones sin fundamento o falsos testimonios, pero también podemos buscar la palabra justa que pone orden y clarifica. Con las palabras podemos maldecir, pero también podemos bendecir. Con ellas creamos en parte la realidad que vivimos, somos responsables de lo que pensamos y decimos, también de sus consecuencias. (…)
Se trata, en todo momento, de conocer la verdad para no errar en nuestros actos. Por eso la persona plenamente establecida en la verdad tiene el don de clarificar y enderezar lo que encuentra a su paso. Sus acciones están conectadas porque concuerdan con lo que es, lo que dice y, en consecuencia, con lo que hace. En este sentido, nos recuerda la tradición, lo que expresa la persona veraz no tarda en hacerse realidad, y añadimos, pues es capaz de mantener su palabra. Vivir en la verdad es simplemente ser quien se es, ni más ni menos, de la misma manera que una rosa sólo aspira a ser rosa. 
 
 
Asteya. No robar. Honestidad
Asteya viene de la raíz stā que significa “robar”; la partícula negativa “a” da a la palabra el significado de no robar. Por tanto, asteya nos plantea la importancia de no apropiarnos de lo que no nos pertenece. Aunque, para no ser demasiado literales, podemos apuntar que lo importante en todo robo no es tanto el objeto sustraído como el hueco de inseguridad y de desconfianza que ese gesto genera. Nos referimos a la misma inseguridad que sentimos cuando entran en nuestra casa a robar; quizá no tiene tanta importancia lo que perdemos como la violación irreparable de nuestro espacio vital. Y, por poner otro ejemplo, cuando pedimos prestado un libro y no lo devolvemos, ya sea por olvido o negligencia, y sin ninguna voluntad de apropiárnoslo, generamos en la otra persona desesperanza. En realidad lo que ha sucedido es una traición, pequeña en este caso pero significativa, de la confianza depositada en nosotros. La reacción: puede que esa persona no nos vuelva a dejar ningún libro más… o ninguna otra cosa. (…)
El deseo de lo que no nos pertenece muestra, en primer lugar, una dificultad de contentarse con lo que se tiene. Miramos al vecino de enfrente que tiene un coche mejor que el nuestro pero, más frecuentemente, miramos la televisión donde los famosos hacen ostentación de sus riquezas. La maquinaria de la publicidad utiliza muy bien este sentimiento carencial y nos hace creer junto a sus mitos que siempre nos falta algo para ser felices. Caemos una y otra vez en la trampa. Asteya nos enseña a descubrir todo lo que tenemos a nuestro alcance y a atajar nuestra envidia desde la ecuanimidad.
 
 
Brahmacharya. Castidad. Moderación
Brahmacharya significa una conducta espiritual que se orienta hacia lo sagrado, en este caso Brahma como ser supremo, para ser literales. Sin embargo, se ha traducido en multitud de ocasiones como “castidad” teniendo en cuenta que hace referencia a la etapa de estudiante en la que se estudiaban los Vedas, en un contexto monacal, del que las mujeres estaban excluidas. Era un periodo intenso de estudio y de concentración donde se imponía la abstención de relaciones sexuales en la acción y en el pensamiento. (…)
Quizá sería más interesante definir brahmacharya como contención o moderación de nuestros instintos y necesidades sobretodo si no hemos hecho un voto de renuncia. Ya hemos visto que el camino de la represión del deseo supone siempre alguna forma de patología, aunque también nos hemos de dar cuenta de que el descontrol del mismo también nos lleva a otro tipo de disfunción: de gula y lujuria, de apego al placer y de erotización de nuestra vida afectiva. 
Se impone el camino del medio, el diálogo con nuestro deseo. Es posible que el animal interno no sea ni tan feroz como un león ni tan dócil como un caballo. Hay que alimentarlo y cepillarlo pero es preferible conservar la soga por si hay que sujetarlo. Nosotros somos el cochero que lleva las riendas para que los caballos no se desboquen y terminen volcando la carroza. Sabemos dónde queremos ir y utilizamos la bravura del animal y no al contrario. (…)
Cultivando brahmacharya a través del dominio de sí podremos despertar un potencial energético y el vigor necesario para nuestra transformación personal, dado que si no hay energía extra difícilmente se vencerán las resistencias y los automatismos. Si no hay moderación en nuestros actos nuestra atención estará repartida en mil cosas, imposible de concentrarse en el trabajo exquisito de interiorización. Ese aumento de la energía tiene que ir de la mano de la purificación, de la misma manera que un fuego no prenderá bien si la chimenea está obstruida. No cuenta sólo la cantidad de energía movilizada, importa también su calidad. Y quizá, si hiciéramos una lectura esotérica del sūtra 38 libro II, encontraríamos una referencia a obtener energía reteniendo el semen (la tradición todavía no se dirigía a las mujeres). Tema que, como todos sabemos, el tantra retomará más tarde. 
En todo caso, brahmacharya nos dice que no nos dejemos arrastrar por la espiral de deseo que no tiene fondo, que no dejemos que esa marea pasional e instintiva nos lleve como una hoja de una circunstancia a otra o de una tentación a otra mayor. Quien domina su deseo adquiere una fuerza espiritual extraordinaria y se impregna de un carisma que puede ayudar a muchos otros a superar sus debilidades. 
 
 
Aparigraha. No acumular. Sobriedad
Si la codicia tiene que ver con una pasión desenfrenada por los bienes ajenos, la avaricia, en cambio, tiene que ver con un desorden en relación a nuestras posesiones. En el primer caso, asteya se articula desde el deseo mientras aparigraha se estructura desde el apego, un apego que puede ser a bienes, pero también a experiencias o conocimientos. 
Detrás de un exceso de acumulación probablemente se esconde una idea falsa de seguridad y, como no, una expresión de poder acorde con nuestros valores sociales. Estrictamente hablando, el dinero es un medio de intercambio, energía simbolizada de un trabajo hecho, una manera inteligente de facilitar el engorro del trueque que funcionó durante miles de años. Pero la ciencia económica se ha hecho tan compleja que son pocos los que la entienden y aún menos los que pueden manejarla.  (…)
Aparigraha significa no aceptar los dones que se nos muestran, pero podemos traducirlo como no acumular o también como un ejercicio de sobriedad. Este yama nos avisa de que hemos de estar muy atentos cuando el dinero y las posesiones que de éste se derivan empiezan a ser una carga pesada. Cuando un bien necesita ser cuidado, protegido, atendido… cuando, por otro lado, tememos perderlo o nos apegamos a él entonces nos hace gastar un tiempo y una energía imprescindible en nuestro proceso de descubrimiento interior. Aparigraha implica también aceptar sólo lo que nos es apropiado. Hay muchos regalos que parecen inofensivos pero que tienen un revés insospechado que implica una compra o nos compromete a una devolución de favores. (…)
Cuando uno cultiva aparigraha obtiene un gran tesoro, uno más valioso que el oro: obtiene tiempo, un tiempo que no se agota nunca porque es atemporal, un presente eterno. Y obtiene también libertad, al liberarse del precio que pagamos por mantener un estilo de vida complejo que dificulta el estar centrados en nuestra práctica. Sólo desde esa centralidad, podemos reconocer nuestra naturaleza íntima y comprender la esencia de lo que somos. 
Es importante darnos cuenta de que al final del camino no nos llevaremos ni un gramo de las toneladas de cosas y relaciones acumuladas; sin embargo, más allá, sí quedaremos sorprendidos al vislumbrar que no nos abandona el Ser que somos y que siempre ha sostenido nuestra vida. En otras palabras, desnudarnos de todo lo prescindible es la mejor manera de alinearnos con el espíritu, siempre fiel a sí mismo, siempre presente en todo momento, siempre en concordancia con la eternidad. 
 
 

La Síntesis del Yoga

Los 8 pasos de la práctica

Julián Peragón

Ilustración: Eva Veleta

Editorial Acanto

Julián Peragón

Antropólogo. Escritor y Formador de profesores de Yoga y Meditación de la escuela Yoga Síntesis. Profesor del Master de Mindfulness y Organizaciones Conscientes en la UB.

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