14
Sep
2015
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Meditar como un rayo

Intuición (rayo)

Somos una totalidad, que se desgaja en cuerpos o dimensiones de la misma manera que la luz blanca se refracta en colores. En nosotros existe un cuerpo con su vitalidad, un cuerpo emocional y otro afectivo, un cuerpo de pensamientos y otro intuitivo, suficientes notas para tocar la sinfonía de la vida.

En cada cuerpo o dimensión hay un yo, más físico, emocional o mental, y ese yo puede estar gritando ahora mismo o estar amordazado. Todos conviven, todos se articulan, pero el juego de identificaciones puede ser muy complicado. Cuando tenemos hambre, sueño o deseo sexual se activan los yoes de los primeros peldaños, y cuando escribimos una poesía, damos un abrazo o inventamos un nuevo ingenio se activan los que van a continuación. Vamos arriba y abajo por la escalera, pero solemos pernoctar en aquella dimensión que nos resulta más familiar o en la que nos quedamos atrapados porque no atinamos con la salida.

La percepción, la sensación, la emoción, el sentimiento y el pensamiento se colocan uno encima del otro como capas de sedimentos para alumbrar el siguiente eslabón de la cadena: la intuición. A veces confundimos las intuiciones con corazonadas, o las camuflamos bajo la piel de los deseos, pero la intuición es una función superior, que emerge de la parte luminosa de nuestra mente.

Cuando cogemos una fruta del árbol, su color, su olor y su sabor nos indican claramente la clase de fruta que estamos probando. Conocemos así la realidad de forma directa, a través de nuestros sentidos. Pero también podemos inferir la realidad aunque no la tengamos delante, como cuando olemos desde el sofá que la comida se nos ha quemado, aunque no la hayamos visto. Mediante la intuición conocemos también la realidad, pero sin pasar por los vericuetos de la razón, sin utilizar los métodos de prueba y ensayo, sin la elaboración de análisis. La intuición es directa: tiene un atajo a la realidad que sólo ella conoce. A veces, padres e hijos, hermanos gemelos o parejas muy compenetradas tienen ese atajo a la intuición que surge naturalmente entre ellos, pero en general tenemos que cultivarla.

Cuando la tradición habla del mundo ilusorio que vivimos se refiere al cúmulo de velos que se interponen entre nosotros y la realidad desnuda. Nuestras preferencias, nuestra educación, las creencias e ideologías… en fin, el cúmulo de las experiencias marcan un sesgo a la hora de percibir la realidad. Por momentos, la intuición desbarata la tramoya de esa representación ilusoria. La intuición es como un rayo que momentáneamente disuelve la oscuridad de nuestro conocimiento y nos permite ver claro. Nos damos cuenta, por ejemplo, de la trampa en la que estamos o de la gran oportunidad que tenemos delante. A través de la intuición vemos certeramente. No hemos llegado a esa iluminación pensando, indagando: simplemente se ha manifestado. Es cierto que ese rayo no ha nacido de la nada: las nubes en su densificación lo han arropado. Probablemente, nuestras intuiciones también se van formando como cúmulos nebulosos en nuestro interior, van cogiendo cuerpo, van cogiendo fuerza hasta que un minúsculo suceso las desencadena.

La intuición está en cada uno de nosotros como una puerta abierta al alma, pero lamentablemente no encontramos la llave para abrirla. El alma tiene información privilegiada, no en vano es la antesala del espíritu. Así pues, el alma se cuela en los sueños y habla con los fogonazos de la intuición de esa percepción atemporal que está en su naturaleza.

Pero atención: la intuición es peligrosa, es capaz de demoler edificios cognitivos que se han quedado caducos, monolitos de orgullo, torres de creencias limitadoras. ¿Qué hacemos cuando hemos visto la verdad, aunque sea con la fugacidad de un relámpago? ¿Qué hacemos cuando nos damos cuenta de que ya no queremos estar con alguien, que nuestro trabajo no nos satisface o que llevamos una vida absurda? Simplemente nos derrumbamos, junto al edificio, el monolito y la torre. Desaparecen las respuestas, huyen las certezas y empezamos a sentir el vértigo de la desnudez interna. La intuición nos enseña a vivir más a la intemperie, sin tantas filosofías; nos abre también la percepción del misterio y nos vuelve más ambiguos, más cercanos a la certeza de la muerte.

Pues bien: esa demolición, que proviene de la intuición, es la que cultivamos en la meditación. En esta etapa meditativa estamos descubriendo el alma; en este centro de atención estamos cultivando la intuición, y es aquí donde nuestro horizonte se ensancha hasta abarcar la totalidad.

Meditación Síntesis. Julián Peragón. Editorial Acanto

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