El tiempo pasa como una flecha
“El tiempo pasa como una flecha y la vida es más transitoria que una gota de rocío.
La cuestión más importante para quien practica la Vía de Buda es aclarar de manera inmediata el significado de la vida y de la muerte.
No perdáis el momento presente.»
Este bonito texto lo leemos en los retiros, de noche, después de la última meditación. Son palabras sencillas que llegan a lo más profundo de cada uno de nosotros cortando el silencio y la oscuridad, como una flecha que a su paso hace vibrar fibras sensibles, porque la conciencia de la finitud de la vida conforma la epidermis del ser humano. No sólo la física sino también la mental y la espiritual. Pero todo apunta que la clave, una vez más en la tradición Zen, no radica en la investigación intelectual, sino en la presencia, en no perder el momento presente.
Al Maestro Deshimaru cuando se le pregunta qué pasa después de la muerte nos dice que es un problema religioso sobre el que no hay que pensar demasiado «Los que no quieren morir siempre están preocupados por este tema. En el budismo no se hace ningún comentario sobre el más allá. Lo esencial es «aquí y ahora”. Los problemas metafísicos no se pueden resolver. No se pueden afirmar ni negar, no se puede llegar a ninguna conclusión».
Parecería que estas palabras de Taisen Deshimaru entran en contradicción con el texto que encabeza este artículo, por qué ¿cómo aclarar el significado de la vida y de la muerte sin pensar demasiado?
La meditación zen no es una actividad mental sino una disciplina corporal, que nos instala en el aquí y ahora, en la conciencia de una respiración o de un movimiento que exactamente igual no se volverá a repetir, en la experiencia de que nacemos y morimos a cada instante.
Como dice Gérard Pilet, discípulo directo del Maestro Deshimaru, «una aguda conciencia de la impermanencia y el contacto regular con ella, es lo que mantiene la mente despierta y nos impulsa a continuar con la práctica. Cuando nos olvidamos de la impermanencia, se impone la mente mundana y continuar la práctica se hace difícil. Entonces nos dejamos atrapar por todas las quimeras de lo efímero y olvidamos lo fundamental».
La vida y la muerte son las dos caras de una misma moneda, hablar de vida y muerte es observar la existencia desde la mente, que es dual. De la misma manera que distinguimos entre luz y oscuridad, entre bueno y malo, entre bonito y feo y así un largo etcétera. Y a este dualismo se refieren prácticamente todos los grandes sutras de la tradición Zen, unos textos que al mismo tiempo nos dicen que a través de la meditación podemos «ir más allá». Ir más allá de la vida y de la muerte, para comprender que son una unidad. El hombre dedica mucho menos tiempo a pensar en su etapa previa al nacimiento si lo comparamos con la preocupación por lo que le pasará después de morir. Y, ¿no es lo mismo? Una imagen a veces nos puede ayudar a plasmar lo que es difícil en palabras y en este caso serviría la de una gota de agua que sale del océano y que pasado un tiempo vuelve a él, para diluirse de nuevo en la inmensidad.
Ir más allá del paisaje cercano de vida y muerte para ver el infinito horizonte. Y para poder hacer este paso el texto del inicio nos recuerda que no debemos perder el momento presente. En zazen (meditación zen) llevamos nuestra atención al ahora, al fluir de la respiración y a la propia postura, dejando los pensamientos con los pensamientos, que vengan y se vayan, como olas del océano, sin quererlos atrapar ni rechazar, manteniéndonos en la conciencia de la presencia y entrando en contacto con el universo entero.
Permitiendo que se abra un espacio amplio e ilimitado donde no hay vida ni muerte, porque lo eterno no tiene ni principio ni fin.
Silvia Palau