Meditar sin esforzarse
Sentarse en meditación es fluir como hace un río y, hay dos cosas que son absurdas cuando nos encontramos en medio del cauce, nadar contracorriente y empujar el río abajo, en ambos casos lo único que cosecharíamos es un cansancio descomunal. Basta con relajarse. Relajarse no es sólo aflojar el exceso de tensión de la musculatura o soltar las articulaciones; tiene que ver con un estado de ánimo, con una actitud de abandono.
Cuando nos sentamos a meditar tratamos de sentarnos sin más y, para ello, no es necesario llevar más carga de la cuenta, dejamos en el perchero nuestra mochila de responsabilidades y preocupaciones. No necesitamos, para el caso, ningún kit de supervivencia. Simplemente sentarse con un ánimo tranquilo termina por resolver el exceso que practicamos en una vida dentro de una sociedad acelerada y acumulativa.
El mismo alimento que tomamos cada día nos nutre pero también nos ceba cuando comemos en exceso o nos daña cuando nuestra alimentación es desordenada. Bastaría, todo el mundo lo sabe, con dejar de comer unos días o, al menos, hacer dieta una temporada, para restablecer el equilibrio perdido. Si el ayuno es la respuesta puntual a la dieta, el silencio y la quietud lo es a un desorden con respecto a nuestras habladurías y manipulaciones.
Dejar de hacer es una manera de desactivar la acción precipitada, condicionada o ignorante que tantos reveses nos trae luego y que, a regañadientes, muchas veces no queremos admitir. Sentarse relajadamente es una buena respuesta a ese exceso en el hacer. Podemos aflojar el cuerpo y soltar las manos, esas manos tan habituadas a coger y soltar, a retorcer y enderezar, en definitiva, a manipular la realidad.
No podemos meditar con el cuerpo tenso y la mente ávida, hemos de aprender a relajarnos. Drenar el exceso de tensión y ponerse en una actitud de disponibilidad. Nos ayuda la postura vertical y nos favorece la respiración lenta, también abre el camino las técnicas de visualización y la concentración relajada y atenta.
Meditación Síntesis. Julián Peragón. Editorial Acanto