13
May
2017
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De hombres y máquinas

Entrevista con Joan Mendoza

 

Hace tiempo que le debía una entrevista a mi buen amigo Joan Mendoza, el filósofo microscopista. Siempre es una bendición poder charlar con un amigo, y más aún cuando la tarde de julio, tórrida en la ciudad, invita al reposo junto a buena compañía.
Joan me recibe en su despacho de los Centros Científicos y Tecnológicos de la Universidad de Barcelona. El estilo pausado, circunspecto que le caracteriza no consigue enmascarar la profunda bondad, simpatía y buen humor que irradia. Como buen cafetero, me ofrece una taza mientras me hace un hueco delante de su escritorio atiborrado de libros. La deliciosa tensión que precede cualquier entrevista flota en el aire, las mentes se afilan, la cafeína engrasa la maquinaria para disfrutar las mieles que brotan de las reflexiones espontáneas y los brindis al sol.

Joan, háblanos un poco de ti…

Desde hace bastantes años trabajo en la Universidad de Barcelona como técnico de microscopía electrónica de transmisión (1). Mi formación inicial fue de fotógrafo y con el tiempo me fui formando en filosofía, que es lo que siempre me había gustado. Paralelamente he seguido con mi carrera de técnico especializado en un centro que cuenta con muchas técnicas y donde los encargados de las mismas suelen ser científicos muy vinculados a ellas. Yo soy una rara avis por mi formación pero siempre he considerado que al final todo se aprende. Y en los últimos tiempos, junto a Jordi Díaz (2) nos dedicamos a las actividades divulgativas sobre nanotecnología (3) para ofrecer un punto de vista sobre las implicaciones éticas y morales que pueden tener los desarrollos tecnológicos actuales en la universidad, la industria y la sociedad.

En tus artículos hablas con frecuencia de las ideas de Ortega y Gasset (4) sobre la relación entre la ciencia, la tecnología y el hombre. ¿Crees que la técnica es imprescindible para que el hombre se desarrolle como tal? ¿Es algo que nos ayuda a ser más personas?

Me parecen muy sugerentes la ideas de Ortega sobre la técnica; considera que la manera en la que el hombre es hombre es gracias a la técnica, en la medida en que le libera de sus necesidades básicas, es decir, buscar comida y tener cobijo. Así puede ocuparse de comunicarse con los demás sobre cosas que no sean simplemente la obtención de comida, elaborar un pensamiento más abstracto, ocuparse de temas religiosos, científicos, de cualquier ámbito del conocimiento en definitiva. El conocimiento mismo surge así del uso de la tecnología, para liberarnos progresivamente y ampliar nuestro horizonte vital. Lo que permite al hombre preguntarse por sí mismo y cuestionarse qué hacer y qué no hacer es precisamente la técnica. Cuando las necesidades básicas están superadas, el hombre levanta la mirada hacia las estrellas y se cuestiona su propia identidad, se construye a sí mismo y transforma su medio. Esta capacidad de transformación posibilita desarrollar, a la postre, habilidades que no son necesariamente tecnológicas. En gran medida no estamos contentos simplemente estando: buscamos la mejora, un mayor bienestar.

Dentro de esta búsqueda del bienestar y de la liberación de nuestras necesidades básicas, quizá más animales, puede llegar el momento en el que perdamos la conexión con ellas; ¿qué crees que le puede pasar al hombre simplemente por el hecho de haberse distanciado tanto de su naturaleza más instintiva, de haberse sublimado en esta dimensión más mental en la que se pierde la medida de la inmediatez de las cosas, de nuestra naturaleza animal y mortal? ¿Es posible que la ciencia se haya ido al otro lado, que exista el peligro de que la técnica haya llegado demasiado lejos?

Ortega mismo decía que la ciencia, de tantas posibilidades que genera, de tantas expectativas que ofrece, es mera forma hueca. Acaba provocando vacío en el mismo hombre porque éste piensa que todo le será dado. Sin embargo, la esencia de la técnica es liberar al hombre para que el hombre mismo se apropie de su libertad, para que construya un proyecto vital. Pero en la medida en que pensemos la ciencia o la técnica como un medio para superar todos los males físicos y mentales mediante alguna píldora mágica, habremos perdido el rumbo. Simplificando, alguien podría llegar a pensar que a través del conocimiento científico, pasarás por alguna especie de máquina que arreglará tus supuestos defectos y deterioros. Y aquí está el error. El conocimiento científico es un gran hito, pero el deslumbramiento por este tipo de conocimiento tan exitoso genera un empobrecimiento de nuestra visión de la vida en general. No nos conectamos a la vida misma, a nuestra vertiente más animal, más primaria. El deslumbramiento ha hecho que una gran parte de la sociedad deje de ocuparse en pensar con un poco más de profundidad sobre la existencia en sí misma y hacia dónde camina. El conocimiento científico mal entendido, lo que se suele llamar cientifismo, acaba en un empobrecimiento de la visión humana. Si miramos nuestro transitar por el mundo solamente desde un punto de vista científico, hay mucho que no vamos a ver, pues hay cosas que el conocimiento científico no está pensado para detectar. No se trata de una falta de interés, simplemente son realidades que caen fuera de su método, de su manera de validar la verdad. La ciencia acredita el conocimiento de una manera diferente a la utilizada por otros ámbitos como el religioso, el estético, el espiritual o el artístico. Hay muchas maneras de acercarse a la realidad y la globalidad de todas ellas nos ofrece una visión más completa de lo que es la vida. En definitiva, no creo que el conocimiento científico sea alienante en sí mismo, pero su gran éxito nos ha relajado y nos ha hecho creer que solamente su punto de vista es el verdadero. El resto de visiones han quedado relegadas y a veces incluso despreciadas por un pensar científico mayoritario que a veces llega incluso al pensamiento político y social; con frecuencia no se reflexiona de manera profunda sobre temas políticos, sino que, prácticamente, se presentan datos y estadísticas en la llamada ciencia política. Incluso en el ámbito de darnos leyes a nosotros mismos usamos la ciencia.

Por lo que dices, la raíz de la ciencia es la búsqueda de una libertad mayor para la persona. ¿Fue éste el impulso inicial de la ciencia y de la tecnología en nuestra sociedad occidental?

La ciencia, tal y como se entendía en el periodo de la ilustración, sí que tenía un anhelo claro de liberación, sobre todo versus esa visión excesivamente religiosa del conocimiento que imperaba hasta ese momento. Tiempo atrás, la verdad tenía que venir bendecida por Dios y es esa verdad excesivamente ligada a la interpretación religiosa la que en nuestros tiempos ha provocado una reacción contraria. Pero, en ese momento primigenio efectivamente los hombres de ciencia querían y reclamaban la liberación de ciertos dogmas que ya no tenían demasiada razón de ser y, en este proceso, es en el que quizás nos hemos pasado de frenada.

Quizá la ciencia ha usurpado el papel que tenía la religión en ese momento…

Exactamente. Y en el proceso la ciencia ha perdido algo el foco, ese sentido crítico que ostentaba durante la ilustración; algo que parece sanísimo era el cuestionamiento continuo del conocimiento anterior y esa mirada sin prejuicios a cómo nos enfrentamos al conocimiento del mundo. Pero hoy por hoy, ¿quién cuestiona el conocimiento científico? Está tan consolidado y es tan exitoso que nadie se atrevería. Un punto álgido de la liberación del dogma religioso vino de la mano de Nietzsche (5). Y, más recientemente, movimientos como el pragmatismo americano a finales del siglo pasado,  pretendían consolidar ese “ateísmo epistemológico”, dar un paso más allá: querían hacer una limpieza de cualquier tipo de verdad absoluta, cualquier tipo de fundamentación de la verdad, pues lo consideraban un vestigio religioso. Un exponente claro es Richard Rorty (6), quien, simplificando, venía a decir que todos los discursos sobre la realidad, esto es, la ciencia, la filosofía, la literatura, la estética, la religión, etc., tienen la misma categoría, pues todos apuntan a intentar describir el mundo que vemos de la mejor manera que podemos.  Bajo esta óptica, la verdad es simplemente un cumplimiento, un acuerdo etnocéntrico, una metáfora sobre la realidad. En la medida en la que se va consiguiendo un consenso, el conocimiento con mayor reconocimiento es el que recibe el nombre de “verdadero”. Según esta manera de pensar, la verdad es inalcanzable, pues no deja de ser una interpretación, un punto de vista, un acuerdo temporal en el que decidimos que, de momento, esto es la realidad. A mi no es que me convenza esta visión, pero me parece muy sugerente la idea de igualar en cierto modo todo discurso sobre la realidad, nos sitúa en un plano de humildad y respeto sobre nuestro presunto conocimiento del mundo, resulta un ejercicio muy necesario a mi entender.

También creo que es conveniente reflexionar sobre nuestra visión del progreso; actualmente casi se identifica con el progreso científico y tecnológico pero, ¿qué tipo de progreso queremos? ¿Qué proyecto de hombre queremos? Si tuviéramos un proyecto diferente de hombre ¿haríamos la misma ciencia que hacemos ahora? Creo que la idea del avance tecnológico debe pasar previamente por el filtro de la idea de hombre que hacemos nuestra y que debemos discutir como sociedad madura. Pero en el cientifismo imperante, cualquier progreso en el conocimiento científico material de las cosas parece bueno. ¿Hacia dónde voy?  Eso ya no es tan importante. Incluso desde el punto de vista del ciudadano, y esto es algo que hemos tratado mucho en las actividades divulgativas sobre nanociencia y nanotecnología, cabe preguntarse sobre cuántos recursos dedica tu sociedad a ciencia, a educación, a sanidad, a las artes, a la agricultura y en qué medida tú has sido preguntado acerca de ello. A mi entender, existe una cierta perversión del sistema: ¿qué político puede permitirse decir que aparca el gasto en Investigación y Desarrollo (I+D) para dedicarlo a otras necesidades culturales? Es casi un pecado mortal porque está muy asumido que las mejoras en innovación son vitales para mejorar nuestra competitividad.

La ciencia y la tecnología han adquirido unas proporciones desmesuradas. Incluso en nuestras discusiones de pasillo, más que argumentos acabamos esgrimiendo datos; nuestra percepción de salud y bienestar se ha acabado convirtiendo en un dato de colesterol y de tensión arterial. Acabamos perdiendo la relación de intimidad con la gente y no preguntamos cómo estás, simplemente, cómo te sientes delante de la vida, estás cerca de tu familia, qué proximidad sientes hacia tus amigos… y no es nada tan extraño, es simplemente preguntar por nuestra condición humana más normal y primaria. Pero esto que es tan básico queda relegado por un discurso que, al final, de tan oído, acaba integrándose en nosotros.

En cierto modo, parece que la ciencia se ha dejado al hombre por el camino…

Sí, aunque no de manera intencionada. por ejemplo, una disciplina como la neurociencia no deja de ser un intento, aunque puramente materialista, de entender al hombre. Pero en la medida en que reducimos al hombre a materia (la ciencia no puede medir actividad espiritual o el tamaño del alma, al menos hasta ahora) después no queda tiempo para pensarte a ti mismo de otra manera y de mirar al mundo de otra manera. Socialmente impera la cosmovisión científica y es muy difícil que otras visiones más íntimas, cercanas, incluso más modestas, visiones que a veces no tienen ni tan sólo pretensión de verdad, tengan su espacio.

Retomando la visión más materialista del hombre de la que has hablado, en las últimas décadas se ha desarrollado el transhumanismo (7), una rama del conocimiento técnico-científico que apuesta por la fusión entre hombre y máquina. Según sus seguidores, en un futuro no muy lejano nuestra conciencia será suficientemente conocida a nivel analítico como para transferirla a una máquina, de manera que podremos abandonar este cuerpo físico de carne y hueso para morar en el silicio. ¿Crees que la esencia de lo humano puede llegar a transferirse dejando atrás la carne? ¿O bien nuestro cuerpo es una parte fundamental de nosotros?

Estoy absolutamente convencido de que el cuerpo, la corporalidad es una parte irrenunciable de nosotros. El transhumanismo es un caso extremo del cientifismo en el que se llega a pensar que podemos ser reducidos a bits de información, incluso nuestra parte espiritual. Los transhumanistas entienden que a través del fantástico desarrollo de la neurociencia, una vez mapeado el cerebro humano, se sabrá dónde están las emociones, dónde el conocimiento, dónde todas y cada una de las partes que conforman lo que somos. Y aquí está el problema. Para empezar, confundir nuestro cerebro con el hombre. En definitiva, lo que pretende el transhumanismo es conseguir la inmortalidad: nosotros convertidos en información contenida en cualquier soporte hasta que nos cansemos de existir o hasta que el servidor donde residimos falle. Precisamente la finitud, nuestra temporalidad y fragilidad es lo que nos hace hombres. Trato de imaginar en qué medida mi experiencia del mundo se transformaría si dejara de ser mortal y no lo puedo concebir. Todas mis relaciones sociales están en función de esta fragilidad. El dolor por la pérdida y otros aspectos que podrían considerarse poco deseables forman parte de nuestra esencia y esto el transhumanismo la pasa por alto. Creo que pensar que deshacernos de nuestro cuerpo es una liberación es profundamente erróneo; en la medida en que nuestro cuerpo envejece, la vida de los demás también nos acompaña y eventualmente termina. Esto nos obliga a tener una imagen proyectada de nosotros mismos. Ortega mismo entendía al hombre como proyecto, como proceso que viene de un sitio y se dirige a otro, enmarcado en unas circunstancias determinadas. Si perdemos tanto las circunstancias como el proyecto, y ese es el supuesto en el caso de la inmortalidad, muy posiblemente acabaríamos posponiendo nuestra existencia totalmente. El cientifismo deja de lado dimensiones tan importantes del hombre como son la corporalidad, la temporalidad, la finitud, el dolor, la pérdida, esas partes constitutivas que quedarían borradas por una eventual transferencia a un soporte no-mortal. ¿Cómo podríamos ponderar la belleza de procesos de la naturaleza como la renovación, los ciclos vitales, etc, si nosotros mismos no lo experimentáramos? La desconexión con la Tierra sería absoluta una vez perdido el ritmo de la muerte que alimenta la vida misma. Me parece muy triste que visiones como esta acaben teniendo el eco que ostentan.

Desde el punto de vista evolutivo, darwinista, los seres vivos somos prácticamente unos vehículos seleccionados de manera natural para transferir nuestra información genética hacia el futuro, artefactos extremadamente refinados durante millones de años de evolución ciega que protegen el ADN. A raíz de esta evolución nace nuestra inteligencia, que es la que nos hace cuestionarnos sobre estos temas. ¿Es la consciencia de nosotros mismos el signo inequívoco de que estamos abandonando el camino evolutivo que siguen el resto de seres? Parece que nuestra inteligencia es a la vez nuestra mejor amiga y nuestro más temible enemigo; nos lleva al deseo de conocimiento pero acabamos cayendo en estas trampas que nos llevan a pensar que somos algo que en realidad no somos. Por el hecho de ser conscientes, concebimos el universo como un reto para ser escudriñado por nosotros y esto nos acaba creando una sensación de vacío interior, de pérdida de identidad. Joan, ¿qué crees que es el hombre? ¿Simplemente un gusano evolucionado o un gusano que ha trascendido la evolución misma y se ha salido del cauce natural?

La visión evolutiva, sin querer desmerecerla, es una visión puramente científica; pensar que somos un código genético en evolución y que podemos llegar a ser reducidos a esta información lo es aún más. Volviendo a Ortega, él afirma que una característica del hombre es que no sabe qué es. Y por eso nos propone que el hombre se tiene que hacer cada vez desde cero, sin libro de instrucciones, debe crearse a sí mismo a su propia imagen.  Este es su gran drama: nace sin saber qué es y camina intentando crear su identidad. Y seguramente morimos con esa inquietud de aún no saber cuál es nuestro camino. Y el gran misterio y virtud es esa libertad traidora que sólo el hombre ostenta, pues el hombre no sabe qué es pero es libre de crearse a sí mismo. El transhumanismo bebe precisamente de esta idea de superación tan humana y también de creación, lo cual es interesante. A veces nuestra visión del hombre acaba siendo la impuesta por quien tiene un discurso más sugerente, seductor. El problema es cómo abordar la existencia propia, la íntima, pues sabemos interiormente que la tenemos que construir. Y por muchas referencias filosóficas o pensadores que nos digan “usted es polvo de estrellas”, “usted debe perfeccionar su visión espiritual olvidándolo todo y fundiéndose con el universo”, cada cual tendrá que crearse a sí mismo.

Yo me siento frágil en la medida en que cada día es un reto. Aunque muchas cosas las hacemos como rutinas, sabes que cada paso está cumpliendo algo no determinado de antemano, algo que una visión más científica y reduccionista del mundo sí pretende determinar, pues concebiría al hombre como un proceso evolutivo que incluso se podría predecir en caso de conocer todas las variables.

¿Crees que el hombre es fruto del azar? De dónde nace toda esta complejidad y por qué?

La visión del azar, al menos la actual, creo que es también muy científica porque piensa en términos probabilísticos. Yo creo que el hombre es un misterio dentro del universo, que es otro misterio, porque cuanto más lo conocemos más increíble nos parece que se den las circunstancias como para que existan la gran mayoría de cosas. En este sentido, me siento más identificado con una idea de hombre sin una naturaleza concreta, siempre en construcción a través de sus actos, de sus experiencias. Los fenomenólogos existencialistas dirían que estamos lanzados al mundo, un mundo que no se da por sí solo, sino que se muestra en la medida en que nosotros lo miramos,  pues no existe esta separación entre objeto y sujeto tan asumida por la ciencia. Según la fenomenología, no es que exista un mundo externo que nosotros representamos, sino que el mundo mismo se nos da en nuestra experiencia, en forma de fenómenos y nosotros somos tan necesarios como él para que se muestren. Los fenómenos están en la medida que nuestra conciencia los hace comparecer. La consciencia origina, configura y a su vez constituye la manifestación de lo que son las cosas. Esta visión no tan escindida de la realidad es la que quizá nos hace entender el mundo como una maravilla en vez de como un juego de dados. Quizá es una ingenuidad pensar así, pero creo que más que identificarnos con el azar, deberíamos preguntarnos por el misterio de estar aquí, en el mundo y con la necesidad constante de apropiarnos de nuestra libertad. Algunos dirán que tenemos una libertad absolutamente limitada, otros lo contrario, pero esta condición de tener una cierta oportunidad de apropiarnos de nuestras posibilidades debe hacernos pensar en la manera cómo queremos construirnos individualmente y en sociedad. La certeza de que nos construimos, de que no hay un progreso incuestionable es la visión crítica que creo que falta. El progreso acrítico que piensa que mientras el progreso científico-técnico vaya adelante el hombre avanzará es peligrosa.

Hablabas de la realidad y de esta conexión entre el interior y el exterior… ¿qué es para ti la realidad? ¿Es una interpretación propia? ¿La realidad de las cosas existe como tal, la realidad existe si nosotros no jugamos el papel de observadores?

La visión radicalmente escindida de objeto y sujeto de la ciencia moderna es, básicamente, cartesiana (8), ese punto de inicio de la ciencia moderna que cree que si se capta correctamente la representación que nos hacemos de la realidad externa, se tiene entonces un conocimiento verdadero. Esto evoluciona con Kant (9), pero el cambio de paradigma con Husserl y su visión de la intencionalidad de la conciencia y posteriormente con Heidegger (10) hace inútil la distinción del sujeto y el objeto. La corriente fenomenológica dice, básicamente, que nosotros necesariamente estamos lanzados hacia el mundo, somos seres-en-el-mundo, situados y el mundo está intrínsecamente ligado a nosotros. Más que intentar capturar el fenómeno para estudiarlo, lo que deberíamos hacer es intentar mostrarlo tal y como se nos da, como se nos aparece en la conciencia. En la medida en que nosotros intentamos acotar los fenómenos y capturarlos de una manera muy concreta, diseccionarlos, convertir el mundo y los hombres en objetos de estudio, se da a la vez una gran pérdida; cosificar al hombre conlleva empobrecer todas esas dimensiones que, por mucha psicología que usemos, quedarán fuera. A mi parecer la visión que más intuitivamente me vale es ésta, en la que no hay una gran importancia en la división objeto y sujeto. Y es una visión muy instaurada porque sacarnos de encima a Descartes es algo todavía imposible a estas alturas (risas). Ojo, sin desmerecer, por supuesto, que la visión racionalista cartesiana inauguró y posibilitó la filosofía y la ciencia moderna, que también sustituyó otra visión, fue otra respuesta.

Algo que me parece enriquecedor de la visión de la fenomenología es que pretende que miremos la realidad tal y como se nos da sin prejuicios, de manera no escindida, esa visión que más que interpretar pretende desvelar, mantenernos en la claridad del ser (como dice Heidegger), tener presente que el hombre es un ser situado siempre, lo es en la medida que está encarnado y presente en el mundo, con una circunstancia muy concreta. En la fenomenología existencial prevalece la vivencia de la realidad sobre el conocimiento de la realidad. De manera que, en oposición a esta visión, es imposible que alguien que nos mire desde el punto de vista científico nos entienda de una manera integral. Esta radicalidad íntima que ofrece la fenomenología o al menos cierta visión de ella, es la que encuentro más interesante para interpretar la realidad de manera integrada, la de fuera y la de dentro.

Lo que me cuentas me suena mucho a la enseñanza de la tradición yóguica, en la que los practicantes buscamos trascender el ego, de manera que no nos sintamos tan separados como observadores de aquello que hay fuera y que ilusoriamente es considerado como algo diferente a nosotros. El yoga alienta la disolución de las barreras entre interior y exterior. ¿Es posible que el pensamiento científico de los últimos siglos nos haya llevado a fortalecer de manera radical esta sensación del yo delante del resto del mundo y que esto no sea una necesidad innata sino algo cultural?

Estoy convencido de ello y de que Descartes es, en cierta medida, el culpable…

Claro, como está muerto no puede venir a rebatirnos (risas)…

La exploración del ego que empezó con Descartes nos ha ido acompañando hasta el psicoanálisis, otro de los grandes discursos sobre la realidad en la que el ego es la manera de entendernos a nosotros mismos. Incluso aparece un ego escindido, con una parte inconsciente, lo cual representa una vuelta de tuerca más en la cosificación de nuestra propia subjetividad. Es evidente que antes de esta visión, el concepto del hombre inmerso en la comunidad era muy diferente. En la Edad Media, por ejemplo, la visión del honor, de la patria, la disolución del yo dentro de la comunidad era mucho más entendible. En nuestra época han existido disoluciones en el ámbito político como en el caso del comunismo, en el que el individuo cede parcialmente su identidad a la comunidad. Curiosamente, dentro de estas disoluciones políticas había una visión materialista de la sociedad y del hombre. El marxismo, descendiente del hegelianismo (10), propugnaba una visión estrictamente material del hombre y trascender la opresión humana pasaba por la supresión de la individualidad identificada, en última instancia con el capital.

Cuando hablas de una visión materialista del hombre, ¿a qué te refieres?

Materialismo no significa una falta de ideales, pues el comunismo pretendía repartir los beneficios de manera justa. Pero el materialismo estaba visto como una superación de la visión cristiana en la que la espiritualidad opresiva imperaba. Con el materialismo el hombre quedaba liberado de esta jerarquía. Dentro del movimiento marxista se pretendía liberar al hombre de esta manera, algo que ha ido derivando en cuestiones más ideológicas y dejando de lado la parte más filosófica. Pero dejar de lado al individuo de esta manera resultó en una opresión de la individualidad estableciendo un rasero que no permitía que la gente tuviera su propio proyecto vital. El progreso científico ha ido modulando este yo a veces demasiado encapsulado y enfrentado a una pantalla que era el mundo y esto ha generado la escisión entre nosotros y la realidad que hoy vivimos. Es interesante como este hecho ha llevado a las filosofías occidentales a mirar a las filosofías orientales para recuperar esta relación más fluida con la realidad, más integradora.

¿Crees que el hombre como tal tiene alguna base profunda común, unos valores comunes a todas las tradiciones que han guiado al hombre? ¿O es algo totalmente cultural?

Bueno, creo que hay muchos valores que sí podrían considerarse como coyunturales y culturales. Esto se hace muy evidente a la hora de tratar aspectos éticos concretos o incluso los propios derechos humanos. Por ejemplo, tratando determinados asuntos en oriente o en occidente se puede llegar a conclusiones totalmente diferentes. En USA se tiene una visión que busca por encima de todo la libertad individual, Europa pone más el énfasis en valores de carácter social y en China, aunque el liberalismo económico es exacerbado, predominan visiones comunitarias y aspectos muy tradicionalistas. Ahora bien, eso no quiere decir que no existan dimensiones comunes a todos los hombres.

Me viene a la cabeza un libro escrito recientemente por Josep Maria Esquirol (11) que habla muy específicamente de algunas de estas dimensiones. Hay algo muy sencillo en lo que Esquirol hace especial hincapié, pero que impacta profundamente: “nadie se aguanta solo”, una gran máxima que yo secundo profundamente. Siempre necesitamos de alguien que nos cuide, que nos sostenga. Esta fragilidad esencial, este reconocimiento de que necesitamos de los demás para andar y tener una fortaleza mínima, creo que es una de las cosas más esenciales y comunes al hombre. El hombre es una herida abierta que necesita del otro, sea quien sea, para construirse a sí mismo. La mirada del otro nos constituye. Por mucho que nos miremos al ombligo, no tenemos una visión propia hasta que alguien nos mira. De hecho, ésta es una visión muy cercana a la del personalismo francés del siglo XX. Esta corriente propone que miremos al hombre con categorías filosóficas específicas, no con las que miramos las cosas. Y también resalta la importancia de la relación interpersonal en la configuración de la identidad humana. Nos construimos en la medida de la mirada del otro, y es esta mirada la que nos constituye como personas y nos exige reconocer nuestra esencial fragilidad. No es bueno ni malo, es lo que somos. La necesidad constitutiva de los demás, en la que insiste Esquirol, me parece una visión radicalmente bella, básica y nuclear de aquello que somos.

Dentro de esta aventura de ser humano, este camino no marcado que cada uno construye con la mirada del otro, ¿crees que el deseo más profundo del hombre es la felicidad? Si es que hay algún deseo final ¿qué es lo que hace que el hombre siga caminando?

La esperanza. En su sentido más amplio. El movimiento del hombre hacia adelante sin esperanza creo que es nulo. Necesitamos esperanza para arrancar el movimiento vital. Para ello la conciencia de nuestra finitud nos ayuda y orienta. Sin perspectiva mortal, sin conciencia de finitud, ¿dónde está tu esperanza, hacia dónde caminas? Nos orientamos desde la conciencia de nuestra extinción, con la esperanza de cumplir nuestro proyecto. Sin esperanza no hay hombre.

El hombre en sí mismo parece una gran lucha de contrarios. Por un lado queremos, o necesitamos, prolongar nuestra vida mediante la técnica pero por otro lado necesitamos ser mortales. Al final el hombre parece estar en el centro de mil tensiones que lo desgarran, deseando cosas que están en extremos opuestos. Parece que aquello que nos pone en marcha nos mata, y lo que nos mata también nos hace caminar…

Precisamente por eso creo que el pensamiento científico queda corto para explicar el anhelo profundo del hombre. Somos tan contradictorios que es necesario que nos pensemos en la medida de esta contradicción. Y es cierto que el pensamiento científico se acerca, pero no acierta. Esta fragilidad humana, construida a base de contradicciones constantes es imposible de abarcar mediante la ciencia. Por eso necesitamos generar un nuevo pensamiento, profundo, tener una experiencia cercana de nosotros mismos para seguir adelante. Como personas nos tenemos que repensar continuamente. Este es el gran drama y el gran qué, la gran libertad del hombre, constreñida por una corporalidad que se puede considerar como limitadora o bien como posibilitadora de esta libertad. Sin esta finitud no tendríamos la  posibilidad de estar situados aquí, de poder respirar aquí, de interaccionar con las cosas. Por eso las visiones orientales ayudan porque piensan desde los contrarios, miran la realidad ofreciendo las visiones contrarias para llegar a un cierto alumbramiento de la realidad, porque no buscan verdades absolutas. Mi inquietud cuando me acerqué a la filosofía no era llegar a la verdad, sino buscar la manera de aclarar un poco la vida. Cada cuál busca su manera, pero tarde o temprano todos pasamos por la inquietud de intentar aclarar de qué va la vida y qué dirección tomar.

Algo que muchas veces echo en falta en el ámbito científico es precisamente salir de la contraposición entre una visión humanística de las cosas y una visión científica. Cuando estás en el mundo humanístico, también a veces se llega a un cierto consenso reafirmativo que no conduce a gran cosa más. Lo mismo ocurre al otro lado. Y la confrontación de las dos visiones suele ser cansada, pues cada “bando” defiende su posición intentando convencer al otro de la bondad de su postura. Y una cosa muy difícil es la de alcanzar un punto armonioso en el que todo el mundo encuentre su encaje, su posición propia. Muchas veces, por ejemplo, los científicos con visiones religiosas, al salir de este ámbito, no interpolan su cosmovisión espiritual, como si pudieran desconectar un interruptor…

Quizá esta sea una de nuestras grandezas humanas, ser capaces de defender cosas contrarias dentro de nuestra visión, de compartimentar nuestro pensamiento. Y todo esto convive dentro de nosotros, como si fuéramos múltiples. No somos, lógicos de ningún modo…

Es una de las maravillas. Cómo dentro de un mismo individuo pueden convivir opiniones totalmente contrarias…

Incluso así seguimos teniendo la sensación de ser lógicos y consecuentes. En nuestro interior hay una necesidad de pensar que lo que decimos ahora es la verdad, aunque ayer dijéramos lo contrario. El hombre parece una entidad múltiple que despliega determinadas cualidades en un momento y después otras…

Es chocante cómo vemos las cosas, incluso a veces fuera de nuestros propios valores, es tremendo. Frecuentemente nuestra visión se contrapone a valores que hemos defendido fervientemente durante mucho tiempo. Esta es la complejidad humana. Pero esto alimenta más el misterio, nos debería animar a pensarnos más. Hay personas que dicen: trae la regla que vamos a medir esto. Yo no sé de qué va, pero se cuánto mide. Y esto es lo que me parece pobre. Estas mentalidades reductoras del hombre acaban teniendo preponderancia, ya no digo sobre la verdad, sino sobre otras visiones de la vida que también merecen su atención. Y quizá pagamos el pato de tiempos pasados: determinadas visiones de la religión han hecho daño… y la espiritualidad huele a algo que tendría que ser superado, a algo poco crítico con la realidad… A veces, es cansado e inquietante. Cuando escucho a alguien que dice: yo ya sé qué es la vida, pienso: bien por ti; pero en el fondo los siento decaídos, hundidos en una visión pesimista. En ese sentido creo que la gente que me anima es la que tiene esa visión curiosa y optimista de las cosas. Porque sino es que se acaba la vida…

A veces concebimos la vida como un reto en el que hay que descubrir lo máximo en el mínimo tiempo posible para obtener una cierta sensación de seguridad, ya sea a nivel emocional, laboral, espiritual… instalarnos sin que nada cambie, la vida como algo seguro. Y la seguridad acaba matando la vida. Una vida segura es terrible…

Sí, y a veces vivimos la vida como si tuviéramos otra de repuesto. Pero, oye, que se acaba! Resulta algo alucinante, siempre me ha impresionado, nuestra capacidad de autoengaño. A menudo perdemos la conciencia de que es finita y hay que ir concretando el proyecto. La vida es tan huidiza…

¿Pero crees que el proyecto se concreta alguna vez? ¿O es más bien un horizonte? Posiblemente no podamos vivir la vida intensamente a cada instante… ojalá fuera así, pero parece que es algo que va contra nuestra naturaleza, algo que nos fascina pero nos horripila a la vez. La vida pasa pero posponemos el hecho de vivirla intensamente al eterno mañana…

Esta es la sensación que tengo de mí mismo y de tanta gente, ese miedo a enfrentar determinadas cosas. Por eso creo que hay que concretar, tenemos un tiempo limitado. Y no hablo de temas profesionales, sino quizá más bien de tomar atención y profundizar más en nuestras relaciones con el mundo y con los demás. Creo que tenemos la sensación infundada e ingenua de que hay otra oportunidad, que esta vez es de prueba.

En cierta manera no aceptamos que la vida se acaba. Quizá como autodefensa y esto nos sirve de pretexto para no enfangarnos al máximo en ella…

Sí, este autoengaño seguro que existe. Por miedo, por muchos factores. También porque nuestra educación no siempre es la más adecuada para enfrentarnos a ello. De pequeños se nos sobre-protege, creando un mundo imaginario que después en la adolescencia te golpea terriblemente. De un mundo de cuento y despreocupación infantil pasas a una realidad diferente. Este choque resulta muy traumático, al menos para mí. La transición siempre es traumática. Y quizá es porque tenemos esta tendencia al autoengaño. Pocos se atreven o se preocupan de mostrar la realidad de la enfermedad y la muerte a los niños, por poner un ejemplo.

Nos protegemos de aquello que es fundamental; el miedo, la muerte, el dolor. Son tabúes que se convierten en fantasmas en nosotros, un peso que nos lastra de por vida…

Los niños no acostumbran a asistir a la enfermedad de sus mayores, no ven la muerte. Es muy típico ahora, aunque en tiempos pasados se participaba de manera más activa y natural en estos procesos. A mi alrededor veo una tendencia muy marcada a ello, a la protección de ciertas cosas que, supuestamente, ya se aprenderán o vivirán en su momento. Incluso la experiencia del dolor y de la pérdida se esconde, se transforma en algo negativo. Perdemos la sensación del ciclo vital, de formar parte del ciclo natural. En la medida en que pospones esta experiencia seguro que hay cosas que funcionan de manera anómala…

Sin embargo siempre encontramos la salida para seguir viviendo…

Sí, somos tremendamente adaptables, compensamos lo que nos falta. Quizá Freud acertó en esto. No estoy completamente de acuerdo con la idea de inconsciente, sobre todo por implicar una escisión de nosotros mismos, pero si le reconozco el gran mérito de hacer aflorar estas contradicciones que, en su momento, se pusieron en el saco del inconsciente, en el que da la sensación de que lo que hay ahí no sea tuyo: “No te preocupes por todos esos sueños raros e indecentes que te asaltan, pues no son tuyos, provienen de tu inconsciente”. Esta presunta neutralidad parece indicar que no forman parte de ti. Pero describió al hombre de manera ajustada, añadiendo nuestra parte oscura a la ecuación humana, la muerte, el sexo, la violencia, etc. como parte de nosotros. Después el tema es intentar gestionar todo esto, esta complejidad. Pero en fin, nos han hecho así. ¿Y lo bien que lo pasamos? Eso no nos lo quita nadie.
Entrevista realizada por Gerard Oncins

REFERENCIAS

(1) La microscopía electrónica de transmisión (TEM) permite llegar a observar la estructura atómica de los materiales. Su aplicación es muy amplia: materiales estructurales, celdas solares, microelectrónica, tejidos biológicos, etc.

(2) Jordi Díaz es el responsable de la Unidad de Técnicas Nanométricas de los Centros Científicos y Tecnológicos de la Universidad de Barcelona. Lidera varias iniciativas para divulgar la nanociencia y la nanotecnología y colabora en varios proyectos sobre nanoseguridad en ámbitos laborales.

(3) La nanotecnología estudia la materia en el rango nanométrico. Para hacernos una idea, en un milímetro “caben” un millón de nanómetros. Y si pusiéramos 10 átomos de hidrógeno en fila, la longitud total sería de 1 nanómetro. Las células son mucho más grandes (alrededor de 10000 nanómetros de diámetro) y las proteínas miden alrededor de 10 nanómetros. La nanotecnología busca la manera de diseñar materiales en los que los detalles que los conforman tengan estos tamaños tan pequeños. Los microscopistas que estudian la materia a estos niveles no pueden usar la luz visible para “ver” lo que están haciendo, pues la luz es demasiado “grande” para ver el mundo de lo pequeño. En cierto modo, el microscopista nanométrico capta la realidad de una manera muy diferente a la que todos estamos acostumbrados.

(4) José Ortega y Gasset fue un destacado filósofo del siglo XX. Su principal contribución fue el desarrollo del vitalismo, corriente que considera que la realidad no puede abarcarse desde la razón pura, pues necesita de la vida para adquirir su plenitud. (Fuente: wikipedia)

(5) Friedrich Nietzsche fue uno de los filósofos más influyentes del siglo XIX. Criticó duramente la cultura, la religión y la filosofía occidental. Quizá su frase más célebre fue “Dios ha muerto”, la máxima expresión del hombre como único artífice de su destino. (Fuente: wikipedia)

(6) Richard Rorty, filósofo que desarrolló sus tesis durante la segunda mitad del siglo XX. Formó parte de los pragmatistas estadounidenses, los cuales postularon que las ideas no son valiosas por sí mismas sino como “guías para la acción”. (Fuente: wikipedia)

(7) El transhumanismo es un movimiento cultural e intelectual internacional que tiene como eventual objetivo transformar la condición humana mediante el desarrollo y fabricación de tecnología ampliamente disponibles, que mejoren las capacidades humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual. Los pensadores transhumanistas estudian los posibles beneficios y peligros de las nuevas tecnologías que podrían superar las limitaciones humanas fundamentales, como también la tecnoética adecuada a la hora de desarrollar y usar esas tecnologías. Estos especulan sosteniendo que los seres humanos pueden llegar a ser capaces de transformarse en seres con extensas capacidades, merecedores de la etiqueta «posthumano». (Fuente: wikipedia)

(8) René Descartes, siglo XVII, es considerado el padre de la filosofía moderna y autor de la célebre frase “cogito, ergo sum” (pienso, luego existo), que ya nos da una idea de por donde iban los tiros de su forma de habitar el mundo. Establece un dualismo sustancial entre alma —res cogitans, el pensamiento— y cuerpo —res extensa, la extensión—. Radicalizó su posición al rechazar considerar al animal, al que concibe como una «máquina», como un cuerpo desprovisto de alma. Esta teoría será criticada durante la Ilustración, especialmente por Diderot, Rousseau y Voltaire. (Fuente: wikipedia.

(9) Immanuel Kant, finales del siglo XVII, marca el inicio de la filosofía contemporánea con su obra “Crítica de la razón pura”. Kant argumentaba que la experiencia, los valores y el significado mismo de la vida serían completamente subjetivos si no hubiesen sido subsumidos por la razón pura, y que usar la razón sin aplicarla a la experiencia, nos llevaría inevitablemente a ilusiones teóricas. (Fuente: wikipedia)

(10) Martin Heidegger, uno de los principales filósofos del siglo XX. Tras sus inicios en la teología católica, desarrolló una filosofía innovadora que influyó en campos tan diversos como la teoría literaria, social y política, el arte y la estética, la arquitectura, la antropología cultural, el diseño, el ecologismo, el psicoanálisis y la psicoterapia. (Fuente: wikipedia)

(11) Josep Maria Esquirol, La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad, Ed. Acantilado, 2015

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