23
Ene
2016
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Felicidad

Los socialistas utópicos creían a principios del XIX que el progreso eliminaría todas las miserias humanas, que las máquinas trabajarían para todos y que la ciencia sería la panacea para la triste humanidad. No obstante, para que por fin se cumplan sus sueños, han tenido que pasar casi dos siglos de explotaciones, guerras, genocidios y desigualdades de todo tipo.

En este sueño que se está cumpliendo a pasos agigantados, las sandías no tendrán pepitas que incordien, las rosas vendrán sin espinas y las lechugas serán envueltas en celofán estéril. Será todo más fácil en el mundo exterior. Comprarás bonos del estado desde el terminal de casa, desde tu sillón favorito hojearás libros en las bibliotecas más lejanas, ligarás con rusas o australianos, verás 800 canales de televisión. Con un sólo mando a distancia harás, además, la compra de casa. Así de fácil.

En el mundo interno también habrá milagros. Los calvos dejarán de serlo gracias a una hormona contra la alopecia, los deprimidos tomarán una variante del Prozac. Los desmemorizados afinarán su memoria con el Finestaride, aunque no sabemos si la certera memoria sabrá mejor que el cándido olvido. Con el Xenical, píldora que promete vencer los problemas de obesidad podremos seguir comiendo hasta la saciedad bollos y hamburguesas sin darle al colesterol el gusto de implantarse en la tripa. Con el Viagra podremos seguir siendo ejecutivos incluso en las faenas del sexo, la impotencia será una pesadilla del pasado. Así, la hombría se cotizará bien alta y por fin haremos el amor como en las películas.

Con Seroxat, la nueva píldora contra la timidez ya experimentada con éxito en Reino Unido, seremos los amos del mundo. Podremos platicar en cualquier esquina con cualquier transeúnte que nos plazca. En toda plaza habrán conferenciantes y disertadores a granel, y en los pubs y discotecas seremos todos amigos. No tendremos más vergüenza; no nos sentiremos apesadumbrados ni sentiremos congoja. Los niveles de seratonina en el cerebro nos producirán una sensación grata de euforia. A lo mejor con los efectos secundarios de dicha píldora dejaremos de criticar al vecino y veremos la parte buena de la vida. La gente se contará sus secretos que en definitiva son como los de todos y como los de siempre, bobadas.

La felicidad será una realidad aunque venga encapsulada y con marca, y la eternidad la próxima píldora a inventar. Se descubrirán las virtudes de la ingravidez y los paseos en el espacio se podrán de moda a precios de friolera. La química de reacciones rápidas del imperio farmacéutico se convertirá en la moderna alquimia. Por fin el plomo se transformará en oro.

No obstante, a la sombra de la utopía nadie se ocupará de la completa erradicación del tifus y la malaria. Los que no tengan créditos bancarios no se podrán hibernar. A los marginados del mundo se les prohibirá soñar. No habrá píldora contra la pobreza pues la maquinaria gigantesca sentenciará su imposibilidad. Las sagradas fórmulas de beneficios no funcionarán con la globalización del bienestar. Así que tendremos también pastillas contra el dolor y la injusticia del mundo.
Y seremos felices.

Julián Peragón

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