Mozart es uno con la música que compone, el niño pequeño se convierte en el juego, la madre se vuelca en su bebé, El Bosco se funde en el acto pictórico, Leonardo da Vinci es la misma inspiración cuando crea en las polifacéticas ramas del arte, la ciencia y la creación, Isadora Duncan se une en el movimiento de la danza o Einstein en la abstracción física. Quién se entrega de corazón es quien se fusiona con aquello o con aquel a quien se ama.
La entrega no se argumenta, se da, simple e irrefutablemente. Delicado instrumento, sutil, labra lo inusual e inesperado en la mente humana. La accesibilidad a la entrega es la experiencia inmediata, la inauguración de una nueva mirada que construye el mundo, ausente del control individual y fuera de toda duda. Allí donde los acontecimientos que se crean adquieren nuevos sentidos. No nos referimos a la entrega de la llamada caridad cristiana vinculada a un tipo de moral que propugna la necesidad de ser buena persona. Hablamos de la entrega que se sitúa fuera del universo de la ética dual del bien y el mal, que se consuma al margen de la obtención de un premio tangible o venidero por el acto de dar. Consiste, tal como proponen las diversas filosofías orientales, en un dar sin apetencia de fruto. O, en palabras de la psicología, en un dar desde el desapego. Por esta razón no hay alguien que recoja algo, pues en el proceso de dar se desvanece toda pretensión de apropiación. Así, quedando fuera de todo acto mercantil pues nada se ambiciona, el acto carente de dueño psicológico escapa a todo poder externo. La entrega sin previa proyección anega con asombro el parco conocimiento humano, en un todo que se expresa en el simple darse.
La entrega es una facultad humana ineludible para relacionarse sanamente con el mundo y uno mismo. Y ello es así porque constituye una forma de dar que construye e integra al individuo y que se produce de manera espontánea. Algo que acontece cuando uno, se ofrece sin premeditación o cálculo previos convirtiéndose en dador. Pues cuando uno realmente se entrega a algo o a alguien es porque se aboca a algo en lo que naturalmente se es diestro. Tal es el caso de las diversas tendencias de las personas, que de manera natural se dan a un tercero, se rinden a la introspección, se consagran a un deporte, a una faceta del arte o de la ciencia. Es por esto que, desde esta perspectiva, podemos ver la entrega como una expresión que ayuda a construir al individuo y a una forma de convivencia colectiva más sana.
No es esta, sin embargo, la forma de conocimiento y conducta que se trasmite y promueve con más frecuencia, sino aquellas que se fundamentan en la exacerbación del individualismo y en la supervivencia. Formas de ser estas que conllevan el desarrollo de emociones tales como el miedo, el recelo, la depredación y su correspondiente moral maniquea. Esta perspectiva constituye un modelo de sujeto que queda reflejado en el utilitarismo hobbesiano. Esto es, en una concepción de la naturaleza humana a la que se atribuye características como son la necesidad del éxito y el deseo ávido de poder, junto con otros aspectos como la competencia, la desconfianza y la gloria, causas de disensión y conflicto. Toda una idea y percepción del ser humano en la que no cabe, desde luego, la entrega sin apropiación, sin medida o cálculo.
Frente a un dar creativo en sí mismo hoy predomina un dar-tomar bien distintos. En efecto, en la sociedad y cultura actual el individuo se identifica y embrutece con lo que permanentemente recibe. Es víctima del deseo inexorable de consumir y de poseer sin compartir, junto con la necesidad imperiosa de aferrarse a ser alguien. La entrega que describimos permite por contra entrever la presencia y la existencia de un universo novedoso en el que desaparece toda sobrevaloración egoica y su envanecimiento, que no son más que fuente de ansiedad o depresión. Este dar irrumpe espontáneamente en el momento presente, ahí donde no se reproduce el mundo habitual sino que se crean nuevos universos. La cada vez más inusual e inusitada entrega disuelve y fractura, de esta manera, el afán consumista necesitado de un sujeto rutinizado y víctima de un deseo de adquisición ilimitado.
En los últimos siglos se ha priorizado el conocimiento racional, y en las últimas décadas las necesidades del mercado económico dictan un conocimiento cada vez más científico y tecnológico con el objeto de extraer la máxima rentabilidad y eficacia. En este sentido la subjetividad del individuo, su mundo interno, su emocionalidad y su mundo mental son relegados, quedando en un segundo plano en el mundo educativo. Hoy sabemos que las emociones constituyen también una forma esencial de saber. Y la entrega, en concreto, es una emoción que sin ser instintiva ni intelectual, surge cuando nos afanamos y dedicamos por entero de manera natural a aquello en que somos hábiles y competentes. Este es un motivo suficiente para tenerlo en cuenta, pues constituye uno de los elementos fundamentales del acto educativo. Pero es que además, esta cualidad se plasma en los dos sujetos que conforman la relación educativa: el educador y el educando.
Por un lado, el profesor, conocedor de sí mismo, expresa la entrega en su talento de educar, es decir, en posibilitar la trasmisión de un conocimiento que ayude a que el alumno se conozca internamente, para poder sacar lo mejor de sí mismo. Esto significa el desarrollo de una relación con el alumno basada en el diálogo, la atención y la observación. Así, la viveza sensible de trasmitir estará presente, ya que no es posible que arraigue el aprendizaje en la mente y corazón del discente si aquel no se vuelca en el acto dialógico. El logos, así planteado, suscita y emplaza al oyente a una disponibilidad receptiva, es decir, le sitúa en una actitud de aprendizaje, de claridad y estabilidad en lo que se está aprendiendo. Pues ¿qué es de la educación sin la actitud de darse y fundirse con la palabra que asombra y sorprende? Es así que más allá de la pretensión del curriculum oficial, el profesor mediante su capacidad de entrega se convierte, mediante la comunicación, en conexión sinérgica, en vía facilitadora de la comprensión. Un hecho que incluso lleva a trascender su propio rol, pues vaciado de sí mismo ayuda a gestionar y aquietar la mente del alumno en el agitado mundo normado y competitivo en que hemos convertido el ámbito educativo.
Por otro lado, la fuerza de la atención y la cualidad de la observación son instrumentos eficaces para poder detectar las diversas inteligencias que se expresan en sus alumnos, con el fin de reflexionar sobre el modo de fomentarlas y potenciarlas. Se trata de tomar conciencia y descubrir en qué se muestra uno inteligente, capaz y con talento ya que ahí reside la base para poder desarrollar una mente ordenada y asegurar un futuro de mayor bienestar. Así, el desarrollo de las cualidades que uno posee impulsa a abandonarse a ellas de forma natural y gozosa. Y, precisamente ahí está el espacio en donde el individuo expresará la entrega, esa capacidad sin límite e infinita en lo que realmente se es diestro.
Consideramos entonces que la finalidad de la educación no es la funcionalidad del sistema económico ni el amoldamiento a este, sino la búsqueda del desarrollo de un individuo que se sienta capaz, sabedor de sus tendencias, conocedor de sí mismo y de su entorno. En este sentido, es indispensable fomentar un modo de cognición que muestra lo mejor de la condición humana. Lo que nos llevará al despliegue de la entrega consciente, fuerza refinada y sutil que, entrecruzada con la espontaneidad y la ausencia de yoidad, contribuirá a un mayor discernimiento para quien se abre a ella. Una fuerza que no se posee pues cuando uno da se desubjetiviza. O, ¿es acaso posible apoderarse de la calidez inherente a la naturalidad humana?, ¿puede uno capturarla? Dar, fuera de toda norma y mérito, es una acción que activa la belleza imprescindible que se traduce en acto de creatividad, cooperación y participación.
Aitxus Iñarra
Doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación